Muchas veces me encuentro observando la belleza de la impermanencia que surge en la práctica.
El ritmo del cuerpo y la mente que se van modificando instante a instante con la observación de la respiración.
Al principio de mis prácticas muchas veces me enojaba porque creía que mi evolución tenía que ser siempre hacia adelante, mejorando cada día.
Y así cuando aparecían esas mesetas, donde parecía que me estancaba, empecé a observar que eran los espacios donde más podía conectarme con los cambios que se producían en el cuerpo y la mente, que paradoja no?
Notaba que en lo que parecía igual iban apareciendo variaciones muy sutiles, algunos días la respiración más estable, otros mejor alineación o conciencia de que espacios se iban abriendo o permanecían cerrados, la mente más silenciosa o completamente parlanchina, infinidad de señales de que la práctica, aunque parecía ser siempre la misma, iba entrando en un lugar de transformación.
Y porque hablo de la belleza de la impermancia? Porque siempre me lleva a lugares nuevos y puedo ir descubriendo mis potencialidades y también mis enganches, eso que se entanca y me tira para abajo.
Y cuando veo mis propios cambios aceptando simplemente que son parte de mí, puedo mirar con mayor apertura y amor los cambios en los compañeros de ruta.
Entonces se abre un lugar donde puedo soltar el juicio rápido, la crítica, la intolerancia y resonar con el sonido del alma, más profundo y libre.
Y como todo lo que empieza en la colchoneta se extiende, esta observación que a veces se sostiene fluida y otras veces cuesta tanto, va derramando su fragancia de presente, el maravilloso regalo de estar vivos.
A disfutar nuestras prácticas, Om Shanti!

Nota de Claudia Sánchez publicada originalmente en el blog de Lulea